El
señor es mi pastor entre tangos, fútbol y dictaduras nace el pastor de mis
ovejas, para más señales, argentino y cocinero.
La Compañía de Jesús es una orden religiosa de carácter
apostólico y sacerdotal -aunque la conforman también Hermanos, es decir,
religiosos no sacerdotes-. Está ligada al Papa por un "vínculo especial de
amor y servicio"; su finalidad, según la Fórmula del Instituto, documento
fundacional de la Orden (1540) es "la salvación y perfección de los
prójimos". En términos de Derecho Canónico, es una asociación de hombres
aprobada por la autoridad de la Iglesia, en la que sus miembros, según su
propio derecho, emiten votos religiosos públicos y tienden en sus vidas hacia
la "perfección evangélica".
La formación empieza con un noviciado que dura dos años.
Continúa con un proceso de formación intelectual que incluye estudios de Humanidades,
Filosofía y Teología. Además, los jesuitas en formación realizan dos o tres
años de docencia o «prácticas apostólicas» (período de magisterio) en colegios o en otros ámbitos (trabajo parroquial,
social, medios de comunicación, etc.). El estudio a fondo de idiomas, disciplinas
sagradas y profanas, antes o después de su ordenación sacerdotal, ha hecho de
los miembros, durante casi cinco siglos, los líderes intelectuales del
catolicismo.
S. Ignacio de Loyola, el fundador, quiso que sus miembros
estuviesen siempre preparados para ser enviados con la mayor celeridad, allí
donde fueran requeridos por la misión de la Iglesia. Por eso los jesuitas
profesan los tres votos normativos de la vida religiosa (obediencia, pobreza y
castidad) y, además, un cuarto voto de obediencia al Papa, «circa misiones» La Fórmula del Instituto
(confirmada por Julio III en 1550) dice: «Militar para Dios bajo la bandera de la cruz y servir sólo al Señor y a
la Iglesia, su Esposa, bajo el Romano Pontífice, Vicario de Cristo en la tierra».
La Compañía de Jesús ha sido una organización que ha
vivido entre la alabanza y la crítica, siempre en la polémica. Su lealtad
incondicional al Papa los ha colocado en más de un conflicto: con la Inglaterra
isabelina, frente al absolutismo de Luis XIV de Francia (conocido como El Rey Sol),
el regalismo
español, con la Alemania de Bismarck,
de donde fueron expulsados (durante el Kulturkampf)
y con los gobiernos liberales de diversos países en América y Europa. Asimismo,
los regímenes comunistas de Europa
Oriental y de China
limitaron ampliamente su actividad a partir de 1945.
La Compañía de Jesús desarrolló una actividad importante
durante la Reforma protestante, sobre todo en los años
inmediatamente posteriores al Concilio de Trento. Su presencia en la educación
occidental y en las misiones en Asia, África y América ha sido muy activa. Ha
contado entre sus filas a una larga serie de santos, teólogos, científicos,
filósofos, artistas y pedagogos: San Francisco de Javier, San
Luis Gonzaga, Mateo Rica, Francisco Suárez, Luis
de Molina, Juan de Mariana, San Roberto Belarmino, San
Pedro Canisio, José de Acosta, Antonio Ruiz de Montoya, Atanasio
Kircher, San Pedro Claver, Eusebio Kino, Francisco Javier Clavijero, etc.
Entre 1965 y 2008 sus Superiores Generales fueron Pedro
Arrupe (español, 1965-1983) y Peter Hans Kolvenbach (holandés, 1983-2008,
año en que presentó su renuncia por motivos de edad). El 7 de enero de 2008
comenzó su Congregación General 35, para elegir nuevo Prepósito (superior
mundial) y legislar sobre aspectos de la misión y carisma de la Orden. El 19 de
enero fue electo (en el segundo escrutinio) como trigésimo General el Padre Adolfo
Nicolás, español, perteneciente a la Asistencia de Asia Oriental y Oceanía que,
como Arrupe, había sido Provincial de Japón.
Pablo VI describió a los jesuitas de la siguiente manera
(1975): "Donde quiera que en la Iglesia, incluso en los campos más
difíciles o de primera línea, ha habido o hay confrontaciones: en los cruces de
ideologías y en las trincheras sociales, entre las exigencias del hombre y
mensaje cristiano allí han estado y están los jesuitas".
Algunos conceptos centrales de su espiritualidad son:
- La Encarnación: Dios no es un ser lejano o pasivo, sino que está
actuando en el corazón de la realidad, en el mundo, aquí y ahora; eso es
lo que representa la Encarnación de Dios en un ser humano, Jesús de
Nazaret. La espiritualidad de Ignacio es activa; es un discernimiento
continuo, un conocimiento del Espíritu de Dios actuando en el mundo, en
forma de amor y de servicio.
- El «tanto cuanto»: El hombre puede utilizar todas las cosas que hay en
el mundo tanto cuanto le
ayuden para su fin, y de la misma manera apartarse de ellas en cuanto se
lo impidan.
- La «indiferencia»: La necesidad de ser indiferentes a las cosas del
mundo, en el sentido de no condicionar a circunstancias materiales la
misión que el hombre tiene en su vida. Es una manera de enfocar los
esfuerzos en aquello que es considerado importante y trascendental,
distinguiéndolo de aquello que no lo es.
- El «magis»: Solamente desear y
elegir lo que más nos conduce al fin para el que hemos sido creados. Este
'más' (magis en latín) se
trata de realizar la misión de la mejor manera posible, exigiendo siempre más, de manera
apasionada.
Nada más increíble que en las lejanas tierras de la Patagonia se estuviera educando el pastor del rebaño, un ser humano que recuerda la humanidad de nuestro padre Dios.
El Señor es mi pastor, nada me falta.
En prados de hierba fresca me hace reposar,
me conduce junto a fuentes tranquilas
y repara mis fuerzas.
Me guía por el camino justo,
haciendo honor a su Nombre.
Aunque pase por un valle tenebroso,
ningún mal temeré,
porque Tú
estás conmigo.
Tu vara y tu cayado me dan seguridad.
Me preparas un BANQUETE
en frente de mis enemigos,
perfumas con ungüento mi cabeza
y mi copa rebosa.
Tu amor y tu bondad me acompañan
todos los días de mi vida;
y habitaré en la casa del Señor
por años sin término.
El Salmo 23 es uno de los más comentados y orados a lo
largo de los siglos, tanto por la tradición judía como por la cristiana.
También es uno de los más usados en el arte. Basta recordar las numerosas
pinturas de las catacumbas. En ellas se suele representar a Jesús como un joven
sin barba, de pie, con vestido corto y zurrón, con una oveja sobre sus hombros
y la cabeza suavemente apoyada sobre la oveja. En la Liturgia cristiana se lee
como salmo responsorial en distintas fiestas del Señor y se propone para todo
tipo de celebraciones (bautizos, matrimonios, funerales, etc.). Es un texto
hermoso y poético, que nos habla de la ternura de Dios y de los sentimientos
que experimenta quien se encuentra con Él: alegría, paz, seguridad, confianza,
plenitud de vida.
El Salmo desarrolla dos imágenes distintas: en la primera
parte, la del pastor que cuida de sus ovejas (versículos 1-4)
y en la segunda, la del señor de la casa que acoge a un
huésped (versículos 5-6). Sin embargo, nos solemos fijar principalmente en la primera
y, normalmente, es conocido como el Salmo del Buen Pastor. La primera parte
está escrita en tercera persona del singular (el Señor es mi Pastor, me hace
reposar, me conduce, repara, me guía, hace honor), mientras que la segunda está
escrita en segunda persona del singular (tú me preparas, perfumas, tu amor y tu
bondad me acompañan). El último versículo está en primera persona del singular
(yo habitaré). El verso central (Tú estás conmigo) es el punto de unión entre
las dos partes, ya que pertenece al primer bloque, pero está en segunda
persona, como el segundo. Los símbolos que desarrolla son universales: el
camino, el agua, la oscuridad de la noche, el banquete, los perfumes... y
pueden interpelar por igual a los hombres de antiguas culturas rurales como a
los de las modernas civilizaciones urbanas. De todas formas, como mucha gente
está poco acostumbrada a la poesía, haremos una traducción del salmo en prosa,
antes de continuar.
«En medio del desierto hay un oasis con una gran fuente
de agua. Fuera, la arena abrasa, pero a la sombra de las palmeras crece la
hierba. Las ovejas comen alimento tierno, beben agua en abundancia y sestean al
fresco. Más tarde se ponen en camino por las sendas que el pastor conoce bien,
porque las ha recorrido muchas veces. Así, hace honor a su nombre de pastor.
Tienen que atravesar un desfiladero entre las montañas y se hace de noche. Las
ovejas avanzan seguras, porque pueden escuchar el sonido del bastón del pastor,
que golpea rítmicamente el suelo al andar. Si una de ellas se desvía, el pastor
acude solícito en su búsqueda, y con unos toques del cayado sobre los lomos, la
devuelve al camino justo. Si acuden lobos u otras alimañas para atacar el
ganado, el pastor defiende su rebaño a bastonazos.
Por el mismo desierto, una persona intenta huir de sus
enemigos, sin ninguna posibilidad de sobrevivir. De repente, divisa a lo lejos
el campamento de unos beduinos. Lo alcanza y, poco tiempo después, llegan
también sus perseguidores. No pueden hacerle nada, porque la ley de la hospitalidad
considera sagradas a las personas acogidas bajo una tienda. El jefe del
campamento, no sólo le acoge en la suya, sino que, además, le ofrece agua
abundante para calmar su sed, le prepara un banquete para que tome fuerzas y le
unge con aceites perfumados para sanar las quemaduras del sol y refrescarle.
Estas imágenes sirven para hablar de nuestra relación con Dios: Nos guía, nos
protege, nos alimenta... Si ya en esta vida podemos hacer unas experiencias tan
fuertes del amor de Dios, el orante confía en que su salvación no tendrá fin, y
podrá habitar en la Casa de Dios por toda la eternidad». Analicemos, ahora,
cada una de las palabras del salmo.
«El Señor es mi
Pastor». El primer verso ya nos dice que hay que leer todo el
poema como una imagen para hablar de la relación entre el orante y Dios. El
título de «pastor» para nombrar a los reyes y guías del pueblo es habitual en
el Oriente antiguo, así como en Grecia y en otros pueblos. La Biblia lo utiliza
varias veces para hablar de Dios, tanto en los libros históricos como en los
proféticos, en los poéticos y en los sapienciales (Génesis 49, 24; Isaías 40,
11; Salmo 80, 2; Eclesiástico 18, 13; etc.). Dios mismo, en el capítulo 34 del
profeta Ezequiel, se compara a sí mismo con un Pastor que quiere cuidar,
proteger y alimentar a sus fieles. Como los jefes del Pueblo han sido malos
pastores, porque han utilizado a las ovejas en su propio provecho, Dios se
ocupará personalmente de cada una, cubriendo todas sus necesidades: «Vosotros os bebéis su leche, os vestís con
su lana, matáis las ovejas gordas, pero no apacentáis el rebaño, ni robustecéis
a las flacas, ni vendáis a las heridas, ni buscáis las perdidas... Yo mismo
buscaré a mis ovejas y las apacentaré... Buscaré a la oveja perdida y traeré a
la descarriada, vendaré a la herida, robusteceré a la flaca, cuidaré a la
gorda. Las apacentaré como se debe». Son imágenes tiernas, que nos
hablan de un amor personal de Dios por su rebaño, que no nos trata a todos por
igual, sino que sale a nuestro encuentro, respondiendo a las necesidades y
esperanzas concretas de cada uno.
En la antigüedad, los israelitas eran pastores
seminómadas con un número pequeño de animales: camellos, burros, gallinas y
ovejas. No vivían en casas, sino en tiendas realizadas con pieles de animales.
Hombres y animales dormían bajo el mismo techo. Hoy los beduinos siguen
haciendo lo mismo. No es extraño que conocieran a cada una de sus ovejas,
incluso por su nombre. También las ovejas reconocían la voz y el olor de su
pastor. La parábola que Natán cuenta a David en el segundo libro de Samuel,
capítulo 12, nos puede ayudar a comprender lo que estamos diciendo: «Había en una ciudad dos hombres, uno rico y
otro pobre. El rico tenía muchas ovejas y vacas. El pobre no tenía más que una
corderilla que había comprado. La había criado y había crecido con él y con sus
hijos, comía de su bocado, bebía de su vaso, dormía en su regazo...». El
salmo quiere evocar esa atmósfera de afecto, esa experiencia de confianza, de
tranquilidad, porque se sabe que hay alguien que se interesa por ti, que se
preocupa por tu vida.
«Nada me falta». Tanto en
Israel como en todo el Medio Oriente no abundan ni el agua ni los pastos. Pasar
hambre y sed es una experiencia ordinaria cuando se atraviesan los amplios
espacios desérticos. Quien ve los rebaños de los beduinos se extraña de lo
extremadamente flacos que están los animales. En este contexto se comprende lo
grande que es poder hablar de abundancia, afirmar que no se carece de nada.
Ciertamente, como escribió Santa Teresa de Jesús, «Quien a Dios tiene, nada le falta. Sólo Dios basta».
«En prados de hierba
fresca me hace reposar». Conseguir hierba en el desierto es ya suficiente
para sobrevivir, pero si, además, la hierba es fresca, el hallazgo se convierte
en una fiesta. Después de un camino árido y polvoriento, la sola vista de un
prado invita al descanso. Las ovejas pueden reposar después de haber comido, en
las horas en que el excesivo calor no permite desplazarse: «Dime dónde apacientas el rebaño, dónde lo
llevas sestear al mediodía» (Cantar de los Cantares 1, 7).
«Me conduce junto a
fuentes tranquilas». El agua no sólo quita la sed, también limpia
del polvo del camino y refresca. El mismo sonido de la fuente relaja y hace
olvidar las fatigas. Pero las fuentes son los lugares más peligrosos para los
rebaños. Tanto los lobos como los salteadores saben que allí terminan acudiendo
a beber y se esconden esperando a sus presas. El salmo subraya que las fuentes
a las que nos conduce nuestro pastor son «tranquilas», seguras. La Sagrada
Escritura usa muchas veces el símbolo de la sed para hablar del deseo de Dios y
del agua para hablar del don del Espíritu Santo. «Como busca la cierva corrientes de agua, así mi alma te busca a ti,
Dios mío. Mi alma tiene sed de Dios...» (Salmo 42, 2-3). «Os rociaré con agua pura y os purificaré de
todas vuestras impurezas. Os daré un corazón nuevo y os infundiré mi
Espíritu...» (Ezequiel 36, 25ss).
«Me guía por el camino
justo». La experiencia de caminar acompaña a todo hombre. Nos
desplazamos de un sitio a otro y toda nuestra vida es un camino. A veces
equivocamos la senda, porque, como nos recuerda Antonio Machado: «Caminante, no hay camino, se hace camino al
andar». El pastor adapta su paso a la necesidad de las ovejas, va en
busca de un lugar bueno para ellas. Para los hombres, decir esto es confesar
que el Señor nos guía por el camino justo, el único bueno, aunque no lo
entendamos inmediatamente. Él nos lleva al mejor lugar, que nosotros solos no
podríamos encontrar: las fuentes tranquilas, el agua que produce paz y calma la
sed más profunda del que la bebe: «Te
guiaré por el camino de la sabiduría, te conduciré por sendas justas»
(Proverbios 4, 11). «Peregrino soy en
esta tierra, no me ocultes tus mandatos... Enséñame, Señor, tu camino para que
lo siga». (Salmo 119, 19. 33).
«Haciendo honor a su
Nombre». El pastor que cumple bien su trabajo, que cuida de su
rebaño, lo alimenta, lo protege y lo guía por los caminos acertados, hace honor
a su nombre. «El asalariado, que no es
verdadero pastor ni propietario de las ovejas, cuando ve venir al lobo, las
abandona y huye; y el lobo hace presa de ellas. Se porta así porque trabaja
únicamente por la paga y no le importan las ovejas. Yo soy el Buen Pastor que
conozco a mis ovejas y cada una de ellas es importante para mí» (Juan
10, 12ss).
«Aunque pase por un
valle tenebroso, ningún mal temeré». El pastor nos da tanta seguridad, que hasta podríamos
atravesar con él el valle tenebroso. La oscuridad del valle da miedo por
los peligros que puede esconder, porque no se ve el camino, por la semejanza
entre las tinieblas y la muerte. Este salmo, para decir «tinieblas», utiliza
una palabra rara, que no se usa casi nunca: «salmawet» y que podríamos traducir
por «oscuro como la muerte». En hebreo, «mawet» significa «muerte». La muerte
es evocada para el lector por la oscuridad del valle y por la palabra con la
que se habla de esta oscuridad. De hecho, la Biblia griega traduce «aún si camino por el valle de la muerte, no
temo, porque Tú me acompañas». Una imagen de gran fuerza para
recordarnos nuestra condición de mortales en un contexto de gran dulzura
(grandezas de la poesía).
«Porque Tú estás
conmigo». Hemos llegado al centro del salmo y a su momento más
intenso. La verdadera razón de que yo me sienta seguro, de que no tenga miedo,
de que me atreva a pasar el valle de la oscuridad y de la muerte es que «Tú estás conmigo». Los prados
frescos, el agua abundante, la protección frente a los enemigos... todo es
bueno, pero saber que Tú caminas a mi lado es lo más importante. «Si te tengo a Ti, ya no necesito nada de la
tierra » (Salmo 73, 25). «Si el
Señor está conmigo, no tengo miedo. ¿Qué podrá hacerme el hombre?»
(Salmo 118, 6).
«Tu vara y tu cayado
me dan seguridad». Palestina es una tierra cálida. Los viajes con el ganado
se hacen temprano, antes de que caliente el sol, o al atardecer, cuando se
oculta. Las ovejas no tienen miedo de extraviarse en la oscuridad, porque se
siguen unas a otras y, a lo largo del camino, oyen el sonido de la vara del
pastor que camina con ellas. El cayado, arma con la que defender a las ovejas
de las alimañas, es al mismo tiempo el signo tierno de la presencia del pastor
junto al rebaño, que toca con su punta los lomos de la que se desvía para
reconducirla al redil y, con el ruido que hace al apoyarlo en el suelo, guía su
caminar. Con el sonido del bastón de Dios en nuestras vidas, no tenemos miedo
ni de la muerte. La imagen hace también referencia al bastón de mando, al cetro
de Dios, con el que gobierna todas las cosas para el bien de su pueblo. El
salmo siguiente, el 24, habla del Señor «Rey de la gloria», y comienza así: «Del Señor es la tierra y cuanto la llena,
el mundo y todos sus habitantes». El mismo David era rey y pastor. La
referencia al cayado de pastor y al bastón de mando es riquísima de
evocaciones: Dios salvador, liberador, guía del pueblo, en relación con la
salida de Egipto y la Monarquía.
La sensación de seguridad y de protección prosigue con la
segunda imagen del salmo: la del señor que acoge un huésped en su casa.
«Me preparas un
banquete frente a mis enemigos». La palabra usada en hebreo significa «desenrollar», con
el sentido de extender unas pieles de cabra a la puerta de la tienda, para
colocar sobre ellas la comida. Podemos reconstruir la escena: un hombre huye de
sus enemigos por el desierto. Casi imposible salvarse. Improvisadamente,
encuentra un beduino que lo acoge en su tienda. La ley de la hospitalidad era
sagrada para los semitas. Cuando alguien es acogido, invitado a comer, se
convierte en intocable. Los enemigos no se pueden acercar a él. «El Señor hace justicia al huérfano, a la
viuda y ama al emigrante suministrándole pan y vestido. Amad vosotros también
al emigrante, ya que emigrantes fuisteis...» (Deuteronomio 10, 18-19).
Abrahán recibió la promesa definitiva cuando acogió en su casa a unos
peregrinos que resultaron ser enviados de Dios (Génesis 18). «No olvidéis la hospitalidad, pues gracias a
ella algunos hospedaron, sin saberlo, a ángeles» (Hebreos 13, 2). Lot
prefiere entregar a sus dos hijas antes que a unos desconocidos acogidos en su
casa (Génesis 19).
«Perfumas con ungüento
mi cabeza». El ungir a un huésped era la mayor manifestación de
veneración que se podía tener con él. El aceite enriquecido de esencias
perfumadas da frescor, suaviza la piel. Es éste un gesto de extremo afecto y
consideración para el que llega cansado por el calor del desierto y las
penalidades de la huida. «¡Qué hermoso
es que los hermanos vivan unidos! Es como ungüento perfumado derramado en la
cabeza.» (Salmo 133 1-2). Una mujer de Betania tendrá este gesto con
Jesús y él lo agradecerá a pesar de la incomprensión de los discípulos,
llegando a afirmar que esa mujer sería recordada en todos los lugares donde se
predique el Evangelio (Mateo 26, 6ss).
«Y mi copa rebosa». La copa que
rebosa es, igualmente, signo de la generosidad con que el huésped es acogido.
No recibe sólo lo necesario. Hay algo de superfluo, de añadido, de generosidad
total, en los actos de Dios. Recordemos, por ejemplo, la narración de la
creación. Dios no hace sólo lo necesario, sino que, además, entrega al hombre
ríos con agua abundante, con oro fino, con piedras preciosas y perfumes
(Génesis 2, 10ss). Lo mismo sucede cuando los israelitas salen de Egipto. Dios
no sólo les da la libertad. Les enriquece también con los bienes y el oro de
los egipcios (Éxodo 12, 36).
«Tu amor y tu bondad
me acompañan». Ésta es la imagen más extraña para los occidentales. Es
como si el beduino que me ha acogido en su tienda y me ha defendido de mis
enemigos, me pusiera ahora dos guardaespaldas que me acompañen de regreso a mi
casa. Aquí, los dos acompañantes son una personificación del Amor y la Bondad
de Dios, última referencia del salmo. Aunque a nosotros pueda resultarnos rara
la personificación de cualidades divinas, en la Biblia es bastante común: «La Salvación está cerca de los que le
honran y la Justicia habitará en nuestra tierra. El Amor y la Fidelidad se
encuentran, la Justicia y la Paz se besan... La Justicia marchará delante de él
y la Rectitud seguirá sus pasos» (Salmo 85, 10ss).
«Todos los días de mi
vida». No hablamos de un acompañamiento pasajero, sino de la
certeza de una protección continua, como si se respondiera a la petición con
que concluye el salmo 28: «Salva a tu
pueblo, bendice tu heredad, apaciéntanos y guíanos por siempre».
Las dos partes del salmo (el pastor que cuida de las
ovejas y el señor de la casa que acoge un huésped bajo su techo) comienzan con
una situación de descanso y terminan con los protagonistas en actitud de
caminar. Las ovejas comen, beben y sestean en el oasis. Después emprenden la
marcha, guiadas por el pastor. El que huía del desierto encuentra la salvación
en la tienda del beduino. Allí sacia su hambre y su sed, se perfuma y,
posteriormente, emprende la marcha custodiado por dos escoltas. Las dos partes
del salmo parecen insinuar que nuestra vida es un continuo andar de la mano del
Señor. Cuando lo necesitamos, él nos ofrece momentos de descanso para restaurar
nuestras fuerzas. Cuando nos hemos recuperado, hay que volver a caminar. Como
los discípulos que acompañaron a Jesús en el Tabor: Después de la
Transfiguración tuvieron que regresar al valle. El Salmo 122, como los otros
llamados «salmos de ascensión a Jerusalén», nos recuerda que siempre somos
peregrinos: «¡Qué alegría cuando me
dijeron: Vamos a la casa del Señor!».
El libro del Éxodo, que nos narra el camino de Israel por
el desierto hacia la Tierra Prometida, se convierte en imagen de nuestra vida:
El Señor nos guía y nos acompaña, nos instruye y nos corrige todas las jornadas
de nuestra existencia, hasta el día en que entremos en el descanso definitivo.
El salmo 95 insiste en esta idea, invitándonos a aprender de los errores
cometidos por los israelitas en su caminar por el desierto, para no repetirlos:
«Ojalá escuchéis hoy su voz. No
endurezcáis vuestro corazón... como en el desierto, cuando me tentaron vuestros
antepasados... Son un pueblo que no conoce mis caminos, por eso juré airado que
no entrarían en mi descanso». El Antiguo y en Nuevo Testamento son un
testimonio continuo de las ansias que arden en nuestros corazones de alcanzar
la patria verdadera, la definitiva: «Si
Josué les hubiera proporcionado un descanso definitivo, David no hablaría de un
posterior día de descanso. Hay, pues, un descanso definitivo reservado al
pueblo de Dios... Apresurémonos, pues» (Hebreos 4, 8ss).
«Y habitaré en la casa
del Señor por años sin término». Después de hablar de descansos pasajeros y de caminos
largos, se evoca el reposo definitivo en la casa del Señor, la entrada en el
«Sabat» último y eterno, en la Nueva Jerusalén, tal como canta el Apocalipsis: «Ésta es la Morada de Dios con los hombres.
Habitará entre ellos... Enjugará las lágrimas de sus ojos y no habrá ya muerte,
ni luto, ni llanto, ni dolor» (21, 3ss).
El desierto es el contexto común a las dos imágenes (el
pastor y el beduino). El que ora este salmo sabe que nada le falta, aún
encontrándose en el desierto. Allí, el creyente redescubre las raíces de toda
la historia de Israel: Abrahán y los demás patriarcas fueron pastores trashumantes
por el desierto. Moisés se preparó en el desierto para su misión y volvió al
desierto para acompañar al pueblo a la libertad. Allí se manifestó el poder de
Dios, que «hirió a los primogénitos de
Egipto, sacó a su pueblo como a un rebaño y lo condujo por el desierto. Los
llevó con seguridad hasta la tierra sagrada» (Salmo 78, 51ss). Por lo
tanto, después que el Señor liberó a su pueblo de la esclavitud de Egipto, lo
guió por el desierto, como un pastor conduce a su rebaño. Les ofreció agua que
manaba de la roca y alimento abundante (maná y codornices), los defendió de las
serpientes que los mordían y de los enemigos que los atacaban, los introdujo en
la Tierra Prometida y los acogió como Señor del territorio, ofreciéndoles
descanso en su casa. Esta idea queda recogida en muchos textos de la Escritura:
«Saliste, oh Dios, al frente de tu
pueblo, los guiaste por el desierto... reanimaste tu heredad extenuada y tu
rebaño habitó la tierra que tu bondad les había preparado» (Salmo 68,
8ss). «Te abriste un sendero por el
mar... y guiaste a tu pueblo como a un rebaño» (Salmo 77, 20-21).
El desierto significa también, para el pueblo, el lugar
de la tentación, la prueba, la murmuración, el pecado, la idolatría y la
conversión. El lugar donde se descubre que Dios perdona siempre y continúa a
dar vida, alimento, salud, victoria. Que da con generosidad porque perdona con
magnanimidad. El lugar donde se puede hacer la verdadera experiencia del
encuentro personal con Dios: «La
llevaré al desierto y le hablaré al corazón... Ella me responderá allí como en
los días de su juventud, como el día en que salió de Egipto... Y te desposaré
conmigo en fidelidad» (Oseas 2, 16).
La experiencia del Éxodo es revivida siglos después, al
retorno del Exilio. El salmo termina afirmando: «Habitaré en la casa del Señor». Aunque la tradición lee
«habitaré», las consonantes hebreas dicen «volveré», el verbo usado para la
experiencia que sigue a la deportación: «Los
haré volver de las naciones por donde están dispersados» (Zacarías 10,
10. Ver Ezequiel 36, 24ss). La vuelta de la conversión a la comunión. Camino
por el desierto, tentación, pecado, perdón, crisis de fe en el Exilio, retorno
a la tierra y conversión del corazón. Todo este camino evoca el salmo a quien
lo lee con una mentalidad bíblica, a sus destinatarios.
* Seguridad ante los enemigos y peligros de todo tipo:
oscuridad, hambre y sed, muerte.
* Con una connotación de máxima abundancia. Los dones de
Dios son siempre a la medida de Dios.
* Para aquél que ya se sentía dentro de la muerte.
Descubrimos la sobreabundancia del don de Dios cuando ya parecía todo perdido.
El significado último del salmo sólo lo podemos entender
a la luz del Nuevo Testamento: Jesús es la persona que confía en Dios y camina
por sus sendas, aún en medio de las dificultades, hasta entregarse en la cruz.
Por eso, el Padre se apiada de Él y le devuelve a la vida, sentándole a su mesa,
introduciéndole en su Casa. Al mismo tiempo, Jesús es «el gran Pastor de las ovejas» (Hebreos 13, 20), «el Supremo Pastor» (1 Pedro 5, 4). «Nosotros éramos como ovejas descarriadas,
pero ahora hemos vuelto a nuestro Pastor y Guardián» (1 Pedro 2, 25). Él
es el Pontífice de la Nueva Alianza, el Camino que nos lleva al Padre, la
Puerta de acceso a la Casa de Dios. Él prepara para nosotros el banquete de su
Cuerpo y de su Sangre, verdadero alimento de inmortalidad. Su amor es tan
grande, que llega a dar la vida por sus ovejas. Con él podemos atravesar sin
miedo el valle de la muerte, porque Él es la Resurrección y la Vida, Luz que
brilla en las tinieblas, Roca que se abre en el desierto para calmar la sed,
Maná que nos alimenta, verdadero Pastor y Rey, que «nos apacienta y nos conduce a fuentes de aguas vivas»
(Apocalipsis 7, 17) y que nos permite habitar en su casa «por años sin término». El cristiano
que ora con el Salmo 23, está llamado a hacer este camino espiritual, verdadera
síntesis del Antiguo y del Nuevo testamento: dejarse guiar por Dios «en medio
de la noche» y vivir en intimidad con Él, hasta participar en su banquete, «la
cena que recrea y enamora», en palabras de S. Juan de la Cruz.
«¿Dónde pastoreas, Pastor bueno, tú que cargas sobre tus
hombros a toda la grey? Muéstrame el lugar de tu reposo, guíame hasta el pasto
nutritivo; llámame por mi nombre, para que yo escuche tu voz, y tu voz me dé la
vida eterna. "Muéstrame, amor de mi alma, dónde pastoreas". Te nombro
de este modo porque tu nombre supera cualquier otro nombre y cualquier
inteligencia; de tal manera que ningún ser racional es capaz de pronunciarlo o
de comprenderlo. Este nombre, expresión de tu bondad, expresa el amor de mi
alma hacia ti. ¿Cómo puedo dejar de amarte a ti, que de tal manera me has amado
que has entregado tu vida por mí? No puede imaginarse un amor superior a este:
el de dar la vida para mi salvación».
(S.
Gregorio de Nisa. Homilía 2 sobre el Cantar de los Cantares)